“¡Eso son falacias! ¡Lo que ha dicho usted
es una falacia!” dice cualquier político, ejecutivo, empresario o vecino
del quinto en una reunión de la comunidad.
“Falacia”, esa forma culta de decir “mentira” con la que a muchos se les
llena la boca para acusar a otro. Pero, ¿sabemos realmente lo que es una
falacia? Nuestros argumentos, nuestras conversaciones están llenas de ellas;
están ahí ocultas tras nuestras afirmaciones más rotundas.
El ser humano ya
nació diciendo falacias: “¡Adoremos al
dios rayo! ¡Adoremos a la diosa lluvia!”. Falacia de confundir lo inexplicado en la actualidad con lo
inexplicable. Estaba un buen día el hombre prehistórico en la entrada de su
cueva pintando mamuts, sables y hombres con lanzas cuando de pronto una luz
cruzó el cielo mientras un manto de agua caía de sabía Dios dónde. Aquel día
para ese hombre tal cosa era inexplicable y en su mente lo iba a seguir siendo
siempre, así que requería una explicación paranormal y qué mejor que empezar a
crear esos comodines en los que apoyarse cuando el raciocinio humano no alcanza
a explicarse algo: dioses. Y así aquel buen hombre le hizo un hueco a Lluvia y
Trueno al lado de los mamuts en la pared del hall de su hogar en Atapuerca.
El ser humano
fue evolucionando y sus dioses complicándose. Y en algunas partes del mundo,
como en esta que pisamos, hubo uno que fue ganando devotos que repetían
fervientemente “Dios existe, de lo
contrario la vida no tendría sentido”. Falacia
de argumento de consecuencias finales: argumentos que se basan en una
inversión de causa y efecto porque sostienen que es algo causado por el efecto
último que tiene, o la finalidad de la que se sirve. Y unos cuantos locos, o
unos cuantos cuerdos, decidan ustedes mismos, les gritaban: “¡Eso es una falacia!”, y los que
defendían con uñas y dientes a aquel Dios dejaban sin uñas ni dientes a esos
pobres locos, o esos pobres cuerdos. “¡Herejes!”,
no podía ser una falacia, era la verdad indiscutible, decían aquellos señores
de la Inquisición.
Por aquel
entonces nació un individuo llamado Copérnico al que se le ocurrió decir: “Oigan ustedes, que el Sol no gira alrededor
nuestro, que somos nosotros los que giramos alrededor suyo”. Y aquellos
señores no podían admitir esa ruptura de su teoría religiosa medieval en la que
el hombre era el centro del universo. Falacia
de argumento de incredulidad personal: no podían explicar ni entender tal
locura de la Tierra girando alrededor del Sol, con lo cual aquello no era
cierto. Y a esta revolución científica que sacaba de quicio a algunos, le
siguió otro individuo, un italiano llamado Galileo, que fue saltando de triunfo
científico a triunfo científico como quien va de oca a oca hasta que un día
afirmó: “Oigan ustedes, la Tierra es
redonda y no plana. Ah, y Copérnico tenía razón”. Y de nuevo, la falacia de argumento de incredulidad
personal y los señores de la Inquisición cayeron sobre un científico. Y
fieles seguidores de la Iglesia condenaron también esas ocurrencias: “¡Tonterías, la Iglesia dice que es así, con
lo cual es así!”. Falacia de argumento
de autoridad: afirmar que algo es cierto porque la autoridad dice que lo
es.
El hombre siguió
evolucionando y se empezó a aburrir de discutir sólo de dioses y religiones y
llegaron las ideologías, los partidos, y aquel concepto abstracto que sin manos
ha acallado a tanta gente, sin voz ha desatado tantas guerras y sin armas ha
quitado tantas vidas: la política. Y con ella montones de falacias. “Esta república es un buen sistema para el
país” dijo alguien allá por los años 30. Y llegó un señor bajito y con
bigote y gritó: “¡Eso es de comunistas!
¡Acabemos con ello!”. Falacia de
pendiente resbaladiza: aceptar esa defensa la república no era ni coherente
ni sostenible, porque aceptar esa posición significaba que el extremo de esa
posición también debía de ser aceptado. Y eso de la república era de izquierdas
y si aquel señor con bigote y sus secuaces seguían tirando del hilo ¡patapúm! Devorados
por el comunismo. Pero lo que no sabían aquellos individuos era que las
posiciones moderadas no conducen necesariamente hacia la pendiente resbaladiza
al extremo. O igual sí que lo sabían, pero querían salirse con la suya. Y con
armas y falacias lo consiguieron. “Mire
usted, señor del bigote, mi vecino ha estado tomando café con Fulano, ese que
luchó en el bando republicano, son amigos, eso es que él también es republicano”.
Falacia non-sequitur, en castellano “no
procede”, que se refiere a un argumento en el que la conclusión no se desprende
necesariamente de las premisas, en otras palabras: una conexión lógica
implícita cuando no existe. Y el vecino, que era un buen parroquiano falangista
pero muy amigo del tal Fulano, era tachado de rojo y encarcelado. “Mire usted, señor del bigote, mi vecino no
ve el nodo, es comunista seguro”. Falacia
de falsa dicotomía: la reducción arbitraria de un conjunto de muchas
posibilidades a sólo dos. Y el vecino, que se interesaba tanto por la política
como por las moscas que rondaban su casa y al que el nodo le divertía tanto
como dichas moscas, era tachado de rojo y encarcelado con el otro vecino. Todo
era blanco o negro, si no se era X, se era Y, no podías ser A ni B ni C ni W.
El hombre continuó evolucionando y la política se fue alejando de lo bélico en estas tierras para
acercarse a lo insulso y lo mediocre, tomando por bandera las falacias ad
hominem y tu quoque. La primera: “Señor
presidente, sus recortes han sido excesivos” a lo que dicho señor
presidente responde a la defensiva: “Ustedes
los nosequeistas tienen la culpa, por la herencia recibida”. Y así muchos se escabullen de dar argumentos
y explicaciones de por qué hicieron mal; falacia
ad hominem: contrarrestar una acusación o reclamación mediante el ataque al
oponente. La segunda: “Usted también”,
tu quoque, “Mis medidas pueden no haber sido adecuadas, pero tampoco lo fueron las
suyas durante su gobierno”. ¡Ah! A ver qué dice su oponente a eso. Así, la
política a veces se compara con dos niños discutiendo en el recreo: “¡Eres tonto!” “¡Pues tú más” “¡No, tú!” o
una discusión de pareja: “¡Me engañaste
con Fulana!” “¡Sí, pero tu tonteabas con Mengano!”.
Y esta es la polémica
historia de amor entre la humanidad y las falacias.